Humedad exquisíta
Era de noche y hacía frío, mi cuerpo buscaba calor. Me tumbé en el sofá cubriendome con las mantas, pero no era suficiente. Comencé a pensar en las ganas que tenía de que volviese mi marido a casa, para que me diera calor, su cuerpo acostumbra a estar siempre en caliente. Y cuando llegaron esos pensamientos a mi cabeza, comencé a recordar cosas bastante húmedas, cosas que comenzaron a ayudar a que entrase en calor. Recordé lo mucho que me fascina cuando tengo a mi marido entre mis piernas, en esos momentos en los que su boca humedece mi clítoris y comienza a excitarme.
Me puse tan caliente, que me levanté del sofá y fuí a la habitación. Abrí el cajón de mi mesita de noche y saqué mi consolador favorito, 18cm con una cabecita de conejo para estimular el clítoris y vibración de tres velocidades, color rosa. Lo encendí directamente en el tres, comencé a acercarlo lenta y suavemente hacia mi clitoris. No tardé en sentirme húmeda, así que comencé a deslizar lo hacia el orificio de mi vagina y volverlo a subir al clítoris ligeramente.
Así sucesivamente hasta que cada vez me sentía más excitada. Sentía la necesidad de correrme pero no quería todavía, así que me relajaba y dejaba la vibración unos segundos en mi clítoris para soltar solo un poco de flujo y seguir jugando.
Me puse a cuatro patas agachando mi torso y metiendo mi mano por debajo para introducirme de nuevo el consolador, comencé a moverme como si de un hombre se tratara. Cada vez lo sentía todo más y más mojado. Quería correrme, joder, sí. Por supuesto, pero de nuevo volví a aguantar las ganas soltando un poco mas de flujo. Así que abrí de nuevo el cajón de la mesita de noche y saqué el consolador negro de 24cm de largo y 5cm de grosor junto con el consolador anal con forma de U.
Me puse en el filo de la cama y humedecí el consolador anal para introducir melo, mientras lo introducía seguía tocándome el clítoris con el vibrador para estimular el ano y se relajase para ser penetrado dócilmente. Una vez dentro de mi culo, seguí masturbándome con el rosa hasta casi provocarme el orgasmo, pero paré de repente, me arrodillé en la cama y penetré en mi vagina el consolador negro mientras seguía en mi culo el otro metido. Me masturbé y me masturbé entre gemidos, excitaciones, humedades, dobles penetraciones, esas ganas de morder le la polla a mi marido y de agarrarle la cabeza agresivamente para llevarla hasta mi entrepierna y obligarlo a tragarse todo de mi. Grité, grité como una descosida, como si me estuvieran matando, atacando o que sé yo. Me volví loca pero mi cuerpo aún así no se sentía saciado. Esperé a la llegada de mi marido, me encontraba al acecho para provocarlo nada más llegase a casa y encerrarlo en la habitación junto a mi. Era un peligro sexual con una humedad exquisita y sabrosa que goteaba de mis labios vaginales.
Continuará...
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